Llegar a la vida



Hola mis lectores, apreciados fieles y furtivos, espero que todo esté bien por allí en el mundo, y en vuestro universo. Cuando nos hacemos adultos y salimos del hogar paterno cuánto garrotazos recibimos. 

Venimos a este mundo tan inocentes y puros, observando a nuestro alrededor para aprender, no tenemos conciencia de nada, llegamos a la existencia de cero en todos los sentidos, la máquina perfecta para aprender de todo, y resulta inmensamente impresionante  cómo nos vamos curtiendo con cada azote que nos propina la vida. Aterrizar en este plano significa aprender de cualquier modo, a la fuerza o con dulzura, aplastando la inocencia o disfrutando de ella.

A medida que transcurre el tiempo, vamos cargando con cada paso que damos un morral con miles de inconformidades, frustraciones  y tristezas, nos volvemos muy exigentes y dejamos la simpleza de la inocencia a un lado porque la existencia nos empuja a ello. Golpes, madurar y aprender...

A pesar de ser adultos también necesitamos cobijo al igual que un niño, solicitamos con desespero  protección y palabras que calmen las torturas internas con las que no somete el destino, cada aprendizaje resulta doloroso, al momento frustrante y con el tiempo reflexivo.

Cuando eventualmente hacemos breves balances del tiempo transcurrido, sorprende tantos avatares a cuesta y como el espíritu se observa afectado y desvalido.

No dejo de pensar en cómo sería la vida, sin tristezas, azotes y aprendizajes tortuosos. Ser adultos sin facilidades es engorroso. 

Tenemos esa base que está allí imperturbable que nos regalaron nuestros padres con cada palabra sabía obsequiada y cargada con tanto amor a lo largo de cada día desde el primer día de nuestra existencia aquí en este maravillosos plano.


¡Hasta otra!
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